Encerrados (ahora un poquito menos), tele trabajando con niños en casa, 24 horas juntos… ¡qué os voy a contar! Cuidar la relación de los miembros de la familia se vuelve fundamental si queremos mantener un buen clima familiar y, aunque no hay recetas mágicas, sí hay un ingrediente fundamental: la comunicación.
La forma en la que nos dirigimos a nuestros hijos, en la que pedimos las cosas, en las que mostramos nuestras necesidades, hará que esta relación se resienta o, en cambio, se fortalezca. Por eso queremos proponerte un doble reto:
- Pasarnos a la comunicación positiva.
- Desterrar de nuestra comunicación algunas frases que pronunciamos en exceso y que no son para nada educativas.
Claves para una comunicación positiva con nuestros hijos
En la relación entre padres y madres, todo comunica: los silencios, las miradas, los gestos, las palabras, el tono de voz…
Cuando nos comunicamos de forma agresiva, nuestro interlocutor, en este caso nuestros hijos, suelen ponerse a la defensiva. Es lógico, ante un ataque me defiendo. Por tanto, si queremos conectar con ellos, que nuestras palabras realmente tengan un efecto, deberemos pasarnos a la comunicación positiva.
La pedagoga Maite Vallte nos da algunas claves:
1.- Escuchar activamente y con empatía (tratando de conectar con sus emociones), mirar a los ojos y establecer contacto físico con nuestros hijos. Nuestros pequeños son expertos a la hora de detectar cuándo los escuchamos a medias. Seguro que a ti tampoco te gusta ser escuchado a medias.
2.- En lugar de juzgar, etiquetar o reprochar, expresar desde nuestras emociones: “Me enfada ver este desorden en tu cuarto”, “Me pone muy triste que me hables así”.
3.- Comprometernos con la comunicación positiva, dando un ejemplo firme y expresando confianza. “Yo te hablo con respeto y no te estoy gritando, sé que puedes comunicarte igual”.
4.- Al calificarlos, centrarnos en lo positivo y en las soluciones y evitar juicios demoledores. “Ayer ordenaste muy bien tu cuarto, veo que eres muy capaz de hacerlo. ¿Cómo crees que podrías ordenarlo como ayer todos los días?” en lugar de “Siempre tienes el cuarto hecho una leonera”.
5.- Calificar las conductas, no a nuestros hijos, y siempre pensando en soluciones y confianza en que pueden encontrar esa solución: “No me gusta cómo has tratado a tu amigo. ¿Cómo crees que puedes resolver este conflicto?”.
Frases prohibidas
La mayoría de las veces las pronunciamos sin pensar. Y, aunque a veces hacerlo nos lleva a conseguir nuestro objetivo, que nuestros hijos nos obedezcan, no debemos olvidar que la obediencia es un recurso que utilizamos desde la urgencia y que nos sirve para el corto plazo. Y, sin embargo, la educación es una inversión a futuro.
- ¿Quieres que me enfade?
En ocasiones, para conseguir que nuestros hijos nos obedezcan y cumplan ordenes recurrimos a esta famosa frase: ¿quieres que me enfade? La solemos pronunciar cuando consideramos que ya hemos tenido demasiada paciencia, que ya deberían estar haciendo lo que les hemos pedido de mil formas. Es entonces cuando, sin más, la soltamos. ¿Por qué no deberíamos hacerlo?
La pedagoga Maite Vallet nos lo explica: «Nuestros hijos no tienen que actuar de una forma u otra porque nos enfademos o porque nos pongamos contentos. Sino porque es bueno para ellos». Además, no podemos olvidar que somos un ejemplo de comportamiento para nuestros hijos. Cuando les amenazamos con enfadarnos les estamos enseñando a enfadarse siempre que alguien haga algo de una forma que a ellos no les guste, para conseguir, de esta forma, revertir la situación.
2. Si acabas hoy todos los deberes cenamos pizza
Otra de las frases más repetidas por las madres y padres. No es que no haya que reforzar las buenas conductas de nuestros hijos, pero no podemos basar su educación en premios o castigos. Nos explica el porqué el psicólogo Alberto Soler: «Cuando ofrecemos un premio para una conducta que podría estar motivada internamente, esa motivación acaba desapareciendo y limitándose solo a la recompensa externa. Por ejemplo, una niña a la que le gusta mucho leer. Si le prometemos un premio por cada libro que lea es probable que acabe viendo la lectura como mero trámite para lograr ese premio, y en consecuencia, perdiendo el interés intrínseco que tenía por esa actividad. Pasa de leer por el placer de hacerlo, a leer para conseguir otra cosa. De esta forma conseguimos que cuando desaparezca el premio, probablemente desaparezca también la lectura».
3. Cuando seas mayor, lo entenderás
Esta frase la solemos decir más a nuestros pre adolescentes y adolescentes. Expresan una opinión con la que no estamos de acuerdo y, automáticamente, les soltamos esa frase, que, como dice el director de Gestionando hijos Leo Farache «es lo mismo que decir, eres un ignorante,». Deberíamos hacer todo lo contrario, alentar a nuestros hijos a que se expresen, a que intercambien sus ideas con nosotros, aunque no sean las mismas que las nuestras. Y, aunque es cierta que nosotros, los adultos, tenemos más experiencia que ellos, eso no es motivo para pensar que sus opiniones no son válidas.
4. Porque lo digo yo
Llega una edad en la cual nuestros hijos nos lo cuestionan todo. «¿Por qué tengo que hacer los deberes?”, “¿Por qué tengo que ordenar mi cuarto?”, “¿Por qué me tengo que ir a la cama ahora y vosotros no?”. Como nuestras respuestas no suelen convencerlos y siguen preguntando tratando de desafiar nuestra autoridad, acabamos pronunciando la frase: “porque lo digo yo y punto”. Pero, pensad en el futuro: ¿qué preferís, que vuestros hijos tomen sus propias decisiones o que hagan siempre lo que les dicen? Ahora somos nosotros, sus padres, pero llegará un día que las órdenes las pongan otros: sus amigos, sus jefes, su pareja… Lo que queremos son niños responsables, no niños que atajen sin rechistar todo lo que les dice otra persona., Por eso, tenemos que enseñar a nuestros hijos a hacer las cosas por un motivo, no porque lo decimos nosotros.
No podemos olvidar que nuestras palabras también educan. Por eso merece la pena prestarles atención.