Qué levante la mano quién, ante la llegada del boletín de notas de sus hijos, lo primero que hace es mirar si hay algún suspenso, contar los notables, los aprobados… Es decir, valorar los resultados, las notas.
En muchas ocasiones no entramos a valorar nada más: si ha aprendido, si se ha esforzado… El psicólogo Alberto Soler nos alerta de que “cada vez más teóricos de la educación ponen en duda la propia utilidad de las notas, ya que estas desplazan el foco hacia los resultados y se lo quitan al proceso: los alumnos dejan de disfrutar aprendiendo y se preocupan solo de aprobar, sea como sea: si hay que hacer trampas, se hacen. Da igual que no hayan entendido nada, si son capaces de ponerlo en un examen y aprobar, ya vale”.
El filósofo y profesor José Carlos Ruiz está de acuerdo con este argumento. Para él, “una de las cosas más importantes a tener en cuenta cuando se educa es que nuestros hijos perciban que valoramos el esfuerzo que ellos ponen y la asunción de responsabilidad que ellos van adquiriendo con el tiempo, porque si no es así, nos encontraremos con niños que quieren buscar el premio o la recompensa inmediata y que la motivación que les lleva a cumplir con su deber sea exclusivamente la adquisición del premio”.
De hecho, José Carlos ha compartido con nosotros cómo hacen en su casa cuando les dan las notas a sus hijos: “Cuando ellos traen el boletín de notas, nos vamos a celebrarlo sin abrirlo. Lo celebramos en familia, en un restaurante que ellos eligen y lo que celebramos es que durante un trimestre han cumplido, de la manera más ejemplar posible, sus responsabilidades académicas. Y cuando volvemos, abrimos las notas y hacemos un análisis de los resultados. Si las notas han ido muy bien, nos congratulamos de que su esfuerzo haya dado frutos en el resultado y si no han ido bien, pues tendremos que ver cómo reforzar aquello que tienen que mejorar”, nos cuenta. “Lo más importante es que ellos vean que lo que se aprecia realmente es el proceso de trabajo y la interiorización del concepto de deber, y no tanto el resultado”, añade.
Ni premios ni castigos
Y ahora volvamos a levantar la mano si prometemos a nuestros hijos un premio si aprueban todas y, en cambio, les castigamos si suspenden.
“Premiar o castigar en función de las notas es un absurdo, porque las propias notas son el premio o el castigo. Sería premiar un premio o castigar un castigo”, señala Soler.
En el caso de los suspensos, la mayoría de las veces, las madres y los padres nos lo tomamos como algo personal, algo que nosotros hemos hecho mal, nos sentimos frustrados y no entendemos por qué: “Si a mí se me daban fenomenal las Matemáticas”. Tenemos que empezar a pensar que no se trata de nosotros, el que ha suspendido ha sido nuestro hijo, y tenemos que ver qué ha pasado.
Y aunque en algunos casos parezca que a él le da igual suspender, no es cierto, el fracaso no nos gusta a nadie. Para cambiar esa ‘mala conducta’, dice Alberto Soler, “tenemos que profundizar un poco en por qué se ha producido, no quedarnos en la conducta en sí. El castigo es solo una mala herramienta. Las propias consecuencias de la mala conducta ya son suficientes para que el niño reflexione y aprenda”, subraya el psicólogo.
En ningún caso tiene que tratarse esta situación como un drama, ni mostrarles que nos han desilusionado. Más bien tenemos que demostrarles que confiamos en ellos, que les vemos capaces y que con esfuerzo lo pueden conseguir, no tenemos que caer en etiquetas de “vago”, etc., porque no llevan a nada positivo.
¿Y qué pasa con los premios? Lo mismo. Para Alberto Soler, “los premios son la otra cara de la moneda de los castigos, y comparten muchas de sus limitaciones; si queremos reconocer a nuestro hijo por algo que ha hecho, mejor que ese ‘premio’ no sea algo material, que sea de poca importancia, proporcionado, que se ofrezca por sorpresa, sin previo aviso, y quitándole importancia. No crear una gran expectativa que desplace la motivación interna por lo que ha hecho hacia esa recompensa externa”, nos explica.
Tienen que estudiar porque es su deber, no por recibir una recompensa. “La recomendación que hago a los padres”, dice José Carlos Ruiz, “es que vayan eliminando recompensas, que vayan quitando estímulos externos al propio deber, porque el deber tienen que interiorizarlo, les guste o no les guste, ya que implica entender las circunstancias propias (deber personal y académico) y ajenas (forman parte de una microcomunidad, que es la familia y de otras comunidades como son su clase) tomando conciencia que lo que ellos hacen repercute más allá de ellos mismos”.
En resumen:
- Ni premios ni castigos.
- Alabar el esfuerzo que ha hecho nuestro hijo en el trimestre/curso más que el resultado.
- Si ha suspendido, analizar qué ha pasado, pero demostrar que confiamos en ello y que les queremos igual.
- Estudiar es su deber. No tiene que hacer las cosas bien por un premio o para que le demos una palmadita en la espalda, sino porque se sienta bien aprendiendo y esforzándose.
- No hacer una fiesta porque haya aprobado.Valorar el esfuerzo que ha hecho, decirle que estamos orgullosos y ya.
- Si ha sacado muy buena nota en alguna asignatura, no caer en el “¡qué listo eres!” sino decirle “¡cómo te lo has currado!”.
- Eliminar las etiquetas: ni “inteligente” ni “vago”. Las etiquetas pueden fomentar que el niño no quiera afrontar nuevos retos por miedo a fracasar.